En la tibia y húmeda ciudad michoacana de Uruapan, feraz región del extremo sur de la meseta purépecha, ya es tradición de varias décadas una gran feria que se agrega a la centenaria fiesta ritual del Domingo de Ramos, con sus tejidos de palma de simétricos y variados diseños. Los tejedores, compactos grupos de mujeres y hombres, trabajan febrilmente en los atrios de las iglesias; las indígenas se adornan y se protegen del sol con el rebozo enrollado como turbante en la cabeza, sentadas en el suelo, y se afanan dando a luz modestas pero reales obras de arte con la noble planta que tanto enriquece a la artesanía nacional. La escena podría tener lugar en Asia o África. Manojos de palma rellenan los espacios entre las mujeres, a la espera de convertirse en ramos y entrar a la iglesia en manos devotas.
Quizás esa rica expresión del arte popular haya sugerido desde hace un par de décadas la celebración de un tianguis de artesanías anual, que al paso del tiempo ha devenido enorme, ocupando toda la grande y alargada plaza principal de Uruapan, en la que, por cierto, hay dos iglesias coloniales con sus atrios rebosantes de tejedores indios. El tianguis muestra prácticamente todas las ramas artesanales de Michoacán, sobre todo de la meseta tarasca: alfarería de Tzin Tzun Tzan, de San José de Gracia, de Capula, de Huáncito, de Patamban, de Santo Tomás, de Cocucho; guitarras de Paracho y variados textiles de diversos lugares del estado; miniaturas y joyería; juguetes, muebles y jícaras; elegantes y orientales baúles laqueados en Pátzcuaro, y con la misma técnica, se enaltecen bateas y cofres; talabartería, herrería, metalistería; cerámica de alta temperatura y pintura sobre objetos de barro; tejidos de numerosas fibras vegetales.
Hay que decir que la invasión de “artesanía chatarra” no es aquí la excepción, pero la de gran valor estético predomina y apabulla al visitante. Es una orgía de formas, texturas y colores, como raras veces puede verse en todo México. Y eso es mucho decir, pues nuestro país es potencia mundial indiscutible en materia de arte popular (debido sobre todo a su pluralidad cultural, con más de 60 etnias indígenas que conservan vivos sus respectivos idiomas. Valga este indicador de la sobrevivencia de una cultura, que nos coloca en segundo lugar en el orbe, después de la India, con 72 lenguas autóctonas vivas, y antes de China, con 48)
Entre los puestos del tianguis deambulan pajareros cargados de jaulas con ejemplares muy diversos, incluidos por supuesto los cenzontles (“de las cien canciones”, en náhuatl) cuyo canto más usual es en escala creciente, cual musical llenado de una botella con agua. Ojo, autoridades: también vendían numerosos pericos recién nacidos, apenas con plumaje incipiente, de seguro de nidos silvestres violados.
El gran espectáculo en cuanto a artes plásticas es el que deriva del concurso artesanal que se celebra en esos días y que culmina con la premiación el Domingo de Ramos. Crema y nata del ingenio y buen gusto, son los objetos seleccionados por los jurados: mesa de pino labrada con un pavo real; ángeles de pasta de caña de maíz y Cristo en arte plumaria, rescates de procedimientos prehispánicos que perduraron durante la Colonia y hoy casi han desaparecido; cobija de lana finamente tejida; cochinitos de madera con moñitos de listón al cuello; complejo diabólico (y juguetón) de barro polícromo de Ocumicho; delicada marquetería ornando un instrumento musical salido de los talleres de laudería de Paracho; rebozo nupcial y vestido blanco deshilado; piña de verde barro para bebidas, con sus tacitas colgando de la enorme fruta alegórica; y muchas otras artesanías, alrededor de un centenar, premiadas entre las casi mil que compitieron.
Pero los concursos no acaban allí. Hay otro de trajes regionales, y la premiación a niños y jóvenes y algunos adultos de los pueblos respectivos es muy emocionante. No es un desfile de modas indígenas, sino una participación comunitaria respetuosa en algo importante (y lo hacen con orgullo). En este certamen continúa la fiesta de los colores.
Los dos concursos -artesanal y de trajes tradicionales- se celebran en la Huatápera, museo regional de artes y oficios, recinto colonial con delicioso sabor rural que también está frente a la plaza.
El mismo Domingo de Ramos se presenta una muestra gastronómica purépecha en la plaza de la Ranita, a una cuadra del parque central. No es el clásico mercado de antojitos de Uruapan que trabaja todo el año y donde se vende pozole, tamales, atole, enchiladas con pollo frito y papas, buñuelos, corundas (tamalitos poliédricos de sabor neutro que se sirven varios en un plato bañados con crema y salsa), uchepos (tamalitos de elote tierno y dulce) y otras cosas. No. Esta muestra es un solo día al año y es menos turística, más exótica e indígena, con puestos que ostentan en un rótulo el nombre del pueblo del cual provienen.
Allí conocí el atolenuritede San Miguel Pomocuarán, saladito y picoso con chile verde serrano. Esa yerba es recomendada para la fertilidad de las parejas y así, en las bodas en ese pueblo, se le da a la novia para que la prole sea abundante; ella, a su vez, le da al novio y a sus amigos de un atole igual, pero mucho más picante; así, de paso, se prueba su hombría, y para mayor seguridad, el novio debe meterse a la cocina y resistir el humo del fogón sin inmutarse.
También probé allí unchuripo, caldo rojo de res, un atole de pinole (maíz tostado y molido), otro más de caña ¡casi sólido!, como cajeta, y unos tamales dechapata, a base de semilla de alegría o amaranto, dulces y negros, asados.
Hay que mencionar la exposición de plantas de medicina tradicional que se monta alrededor de la Fuente del Arco Iris, en el exuberante y semitropical Parque Nacional de Cupatitzio, en plena ciudad de Uruapan. Semejante categoría la merece sin duda este famoso vergel enmarcado por nacimientos acuáticos y cascadas.
SI USTED VA A URUAPAN
Partiendo de la ciudad de Morelia, en dirección sur-oeste, tome la carretera núm. 23 con rumbo a Pátzcuaro, y pasando Zurumútaro siga por la carretera núm. 14 que lo llevará directamente a Uruapan. Esta ciudad se encuentra a 110 km de la capital del estado y a 54 km de Pátzcuaro.
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